1H-Catequesis

Materia: Catequesis
Profesor: Pinto, Eugenio
Curso: 1º HCS

Respeto, apertura, aceptación y comunicación…

1) Leer el cuento “entrar descalzo” de Martín Descalzo. A partir de éste responder las consignas que se detallan.
a. ¿Qué significa descalzarme para entrar al corazón del otro?
b. ¿Me siento capaz de quitarme los zapatos para no lastimar a quien está a mi lado?
c. ¿Me preocupo por conocer el camino, y reconocer que todos somos diferentes?
d. Una vez que reconocí cómo es el camino a transitar… ¿qué soy capaz de hacer para cuidar a los demás?


3) Leer el fragmento del cuento “El Principito”, que se encuentra en el Anexo II
4) A partir de éste responder las preguntas que se formulan.
a. ¿Cómo soy capaz de ver a la persona que está a mi lado? ¿La tengo en cuenta por lo que veo, lo que tiene, o lo que es?
b. ¿Cómo veo al curso? ¿Qué me atrae de este?
c. ¿Qué pienso de lo que tienen los demás? ¿Qué me interesa más, el ser o el tener?
d. ¿En qué actividades creen conocer a otras personas y al grupo?
e. ¿Cómo logro entablar una amistad?
f. ¿Cómo influye la comunicación en esta amistad? ¿Cuál es su valor fundamental?
g. ¿Me interesa hablar con el otro?
h. ¿Respeto las opiniones de los demás? ¿Permito que cada uno se exprese tal cuál lo desea?
5) Realizar un archivo con imágenes que exprese todo lo realizado.


"Descalzarse para entrar en el otro"
Una mañana, observando un anuncio me encontré con una expresión que resonó de una manera muy especial dentro de mí: “Descalzarse para entrar en el otro”.
Le pregunté al Señor qué significaba esto. Se me ocurrían palabras como respeto, delizadeza, cuidado, prudencia...
Recordé las palabras del Exodo 3,5: “No te acerques más, quítate tus sandalias porque lo que pisas es un lugar sagrado”
Fueron las palabras de Yahvé a Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse, y pensé: “Si Dios habla al interior de mi hermano, su corazón es un lugar sagrado”.
Cuando después me ponía a orar, Jesús me presentaba uno a uno a mis amigos y conocidos...
Una serie de rostros...
Y caí en la cuenta cómo habitualmente entro en el interior de cada uno sin descalzarme, simplemente entro: sin fijarme en el modo, entro.
Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor
y a mis hermanos.
Sentí que el Señor me invitaba a descalzarme y luego a caminar.
Inmediatamente experimenté una resistencia: “no quería ensuciarme”. Me resultaba más seguro andar calzado: la comodidad y el temor.
Vencido este primer momento comencé a caminar y el Señor a cada paso iba mostrándome algo nuevo. Advertí como descalzo podía descubrir las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo y lo seco del pasto de la tierra.
Necesitaba mirar a cada paso lo que pisaba, estar atento al lugar donde iba a poner mi pie.
Me di cuenta de cuántas cosas del interior de mis hermanos se me pasan por alto, las desconozco, no las tengo en cuenta por entrar calzado, con la mirada puesta en mí o disperso en múltiples cosas.
Pude ver también cómo descalzo, caminaba más lentamente; no usaba mi ritmo habitual, sino tratando de pisar suavemente.
Donde mis zapatillas habían dejado marcas, mi pie no las dejaba.
Pensé en cuántas marcas habré dejado en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino y experimenté un gran deseo de entrar en los otros sin dejar un cartel que diga: “Aquí estuve yo”.
Por último, fui atravesando distintos terrenos, primero de hierba, luego un camino de tierra... hasta llegar a una subida con piedras.
Tenía ya ganas de detenerme y volver a calzarme, pero el Señor me invitó a caminar descalzo un poquito más.
Advertí que no todos los terrenos son iguales y no todos mis hermanos son iguales. Por tanto, no puedo entrar en todos de la misma manera.
Las cuestas me exigían aún más lentitud y cuanto más suavemente pisaba, menos me dolían los pies.
Por eso me decía: “cuanto más difícil sea el terreno del interior de mi hermano, más suavidad y más cuidado debo tener para entrar”.
Después de este recorrido con el Señor, pude ver claramente
que descalzarse es entrar sin prejuicios,
...atento a la necesidad de mi hermano, sin esperar una respuesta determinada; es entrar sin intereses,
despojado de mi propio yo
Porque creo, Señor, que estás vivo y presente en el corazón de mis hermanos, por eso me comprometo a detenerme,
...descalzarme y entrar en cada uno como en un lugar sagrado.



"El principito"
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.

Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas grandes son así.
Felizmente para la reputación del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte, el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.


Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"
De tal manera, si les decimos: "La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que se existe", las personas mayores se encogerán de hombros y nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: "el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.
Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:
"Habia una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…" Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real.